El concepto de etnocentrismo está ligado al desarrollo de la teoría antropológica. Aunque ahora nos parezca extraño que en los primeros tiempos de la antropología no aflorara la discusión sobre el concepto, a poco que reflexionemos nos daremos cuenta de que la ausencia de la imprescindible madurez científica relega el surgimiento de la noción de etnocentrismo. Dado que el desarrollo teórico estaba de parte de los occidentales, éstos no se cuestionaron, más que raramente, el hecho, pensando que, en efecto, la cultura occidental era superior.
En esto consiste, precisamente, el etnocentrismo, en conceder un valor superior a la cultura propia frente al que se otorga a la ajena, y en emplear los patrones de la propia para juzgar la cultura ajena. En la vida cotidiana, el etnocentrismo es bien perceptible en los juicios de valor de quienes ven a las gentes de otras culturas como raras y atrasadas. Y, sin embargo, esta percepción requiere una reflexión crítica. El etnocentrismo dificulta e impide la comprensión de las culturas de otros pueblos.
Frente al etnocentrismo, y como forma de combatirlo, se halla el relativismo cultural. Al hilo del discurso se entiende que el relativismo cultural consiste en ponerse en lugar del otro para entender su cultura. El relativismo cultural consiste en adoptar los patrones culturales de la sociedad que se pretende estudiar, a fin de poder comprender su lógica interna.
Sin embargo, debemos comprender que este relativismo ha de ser puramente metodológico, y no radical. Es evidente que las culturas no son iguales, ni tienen por qué ser aceptables por entero sus valores. La interpretación radical del concepto de relativismo cultural nos llevaría a aceptar prácticas culturales desechables por entero, como las que se refieren al sometimiento de la mujer, o a su lapidación. El relativismo es sólo un principio que nos orienta acerca de la manera de comprender a otra sociedad. El hecho de que el antropólogo se convierta en un miembro más de la cultura que estudia no significa que deba abdicar de su neutralidad científica.
Por otro lado, el hecho de que existan prácticas culturales denunciables no implica que esto sea lo común. Al contrario, la mayor parte de las prácticas culturales son respetuosas con los derechos humanos y, además, respetuosas con su propia tradición. Eso explica la reivindicación de muchas sociedades para que sus derechos culturales sean preservados y, de hecho, los grupos defensores de los derechos culturales, de manera similar a como lo hacen los defensores de los derechos humanos, tratan de poner a salvo aquellas culturas que corren serio peligro de extinción. Sabido es que en el siglo XX se perdieron numerosas lenguas, tal vez más que nunca en el pasado.
Así se explica que el movimiento en defensa de los derechos de las minorías culturales se haya generalizado en el mundo. Este movimiento alcanza especialmente a las minorías étnicas de toda la tierra. También alcanza a minorías religiosas y, en general, a todos los grupos humanos que poseen sus propias peculiaridades culturales, aun formando parte de los Estados.
Por último, hacer una reflexión sobre el mundo en el vivimos, ya que todo sería más fácil si estuviéramos capacitados para convivir unos y otros conjuntamente. Esto no suele ser posible por la avaricia, codicia, egoísmo y un sinfín de cosas que se nos pasan por la cabeza, pero sobre todo, por la forma establecida de vivir en el mundo occidental.
No todos somos capaces de ponernos al mismo nivel y ver el potencial que tienen las demás personas que están a nuestro alrededor, sin importarnos la raza, cultural u origen. La vida debería de ser un constante aprendizaje que durara hasta el final de nuestros días.
Bibliografía:
http://ocw.unican.es/humanidades/introduccion-a-la-antropologia-social-y-cultural/material-de-clase-1/tema-2.-la-cultura/2.8-etnocentrismo-y-relativismo-cultural


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